El de los tatuajes

La primera vez que salió el tema fue durante el preparativo de nuestra luna de miel. Nos íbamos a Nueva Zelanda y yo le estaba dando forma a una idea que me rondaba la cabeza hace tiempo. Quería hacerme un tatuaje.

No me preguntéis el motivo, ni mi familia ni mi entorno han sido nunca de tatuajes, pero desde hacía unos años me llamaban muchísimo la atención y vi en el viaje post boda la opotunidad perfecta para convencerla.

Lo estuvimos hablando durante el viaje. Sería la oportunidad perfecta de llevarnos un recuerdo para siempre de un viaje tan especial.

La oportunidad se presentó en Whakarewarewa, un pueblecito turístico en la isla norte famoso por su olor a azufre. Después de la visita guiada, te dejan a tu aire para que te des una vuelta y compres algo de artesanía local. Pegado a una pequeña tienda había una cabaña en la que hacían tutajes (al parecer el artista era el hijo de la que había sido nuestra guía). Nos asomamos tímidamente y cuando parecía que estábamos a las puertas de lanzarnos, me dice mi recién convertida en esposa «entra tú primero y a ver si me convence…». Ahí lo vi claro, si entraba y me hacía el tatuaje, me volvería a España tatuado únicamente yo y no era lo que quería, se supone que debía de ser un recuerdo compartido.

Así pues y después de este acercamiento el tema quedó aparcado. Pero no olvidado.

Hace un par de meses me enseñó la foto de una de sus mejores amigas recién tatuada en el antebrazo… y el tema vuelve a estar encima de la mesa. Solo que ahora si que está convencida y de verdad.

¿Cómo acaba todo? Tenemos claro lo que queremos, un tatuaje «de pareja», pero que no sean iguales. Para ella el sol, para mi la luna. Ella es más alegre, más sonriente, más extrovertida, más sol. Yo, sin embargo, soy más luna…

Es raro sentir el sentimiento de rebeldía a los treinta y muchos años, cuando vivir bajo el mismo techo que tus padres es solo un recuerdo pero al mismo tiempo es un manera de trasladar a la sociedad un «me da igual lo que pienses. Es algo que quiero hacer y que me gusta y no tengo que dar más explicaciones».

Nuestro pequeño capricho en un mundo sin hijos. ¿Habrá alguno más? ¿Repetiremos? Seguro.

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